Doce diez del meridiano.
Fue un aguaje violento de hora doce desmadejando el barco en un recóndito infinito de sus pampas.
Doce diez del meridiano.
Fue una ola inmensa larga y despiadada hora alucinante ola desatando la madera aún atada a su cordón umbilical de semidioses entrampados; los hombres luchaban. Y de puro asombro fue la próxima marea.
Doce diez del asombrado meridiano.
Fue una ruda y angustiosa cordelada abrazando la bandera que entre añil y anaranjado de titanes procreaba el milenario segundo de la hazaña, y de cenizas fue la próxima marea.
Doce diez del asombrado y ceniciento meridiano.
Fue un extraño carromato con espumas y tendones y quejidos taladrantes entre el látigo del tiempo enfurecido, un extraño carromato descendiendo lentamente deshauciado de velámenes hasta orillar alguna afótica ensenada. Y de luto fue la próxima marea.
Doce diez del asombrado y ceniciento y enlutado meridiano.
Fue una extraña muerte para la nave capitana. Y la suprema paz llamó a las aguas para dejar pasar la próxima luz de sus entrañas y allí anclar el andamiaje de la historia.
Doce diez del meridiano.
Doce diez del meridiano y los relojes detenidos; en sus áncoras pura y crepitante luz, pura y heroína sal, puras lágrimas encandiladas. Y en los hombres un profundo tictac reconstruyendo el silencio de la vieja capitana.