Azulear
no es humedecer con fresca llovizna
tus suaves largas y negras cejas
para entrever más transparente
este hosco paisaje;
azulear
no es volcar agua oceánica
sobre tu cuerpo
para que descifres la sal
de mis secretos;
azulear
no es aguardar en la neblina
el abrazo de tu condición más pura
a cambio de mi soledad tan terca;
azulear
es entregar un sobre azul
de azul tersura y azul tinta fresca;
es mojar el párpado
redescubriendo el desconsuelo
de la cesantía.
Azulear
es herir al hombre
entre cucharada y cucharada
de comida.